Silvia Alemán Mundo
Investigadora sobre temática de género, UAG

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CONTENIDO 135


Era un domingo por la mañana, Ingrid ya se había levantado y empezaba a hacer sus quehaceres domésticos, cuando tocaron la puerta. Salió corriendo a abrir. Ingrid en realidad no la esperaba, pues no le había llamado para que viniera, como en otras ocasiones, que le había pedido que le ayudara a limpiar la casa. Abrió la puerta y ahí estaba Ayeutli con su hija más pequeña. Esta vez Ayeutli no sonreía como era su costumbre, sino mostraba cierta congoja en su rostro. No era para menos, tenía ya días juntando para pagar la renta y no podía reunir los seiscientos pesos que le cobran por la casa que habita. Ingrid le acababa de pagar por un día de trabajo, pero Ayeutli quería que le prestara cien pesos, y que luego se los pagaría como siempre, limpiando su casa. Ingrid le dijo que sí y le ofreció de almorzar a ella y a su hija.
Ingrid tiene dos hijas y un hijo pequeño, que en ese momento aún dormían, y su esposo se encontraba fuera de la ciudad. Ellos viven en una casa que su padre le regaló a ella y que está ubicada frente a la bahía, así que Ingrid se da baños de brisa marina cuantas veces quiere.  La vida de ella es un torbellino de actividades, por eso necesita ayuda doméstica, aunque su esposo hace lo que puede para ayudarla, inclusive lava los trastes de las cenas que Ingrid organiza para sus amigas y amigos, mientras ella platica con sus invitados(as). Tres hijos(as) y un trabajo fuera de casa, son suficiente para que Ingrid acabe cada día exhausta.
Ingrid no tuvo empacho en invitar a Ayeutli y a su hija a desayunar porque pensó que al fin y al cabo tenía el recalentado de la boda de un amigo de ella que acababa de casarse. Además quería preguntarle a Ayeutli qué había pasado con su marido, el papá de la niña, quien hacía apenas algunos días, borracho, le había propinado una golpiza, no sólo a ella, sino a su hija, Claudia, una adolescente, cuyo padre había sido su primer marido.
Ingrid se había enterado de la golpiza, porque una de sus amigas se lo contó, y le dijo: ve a verla y llévale de comer porque no tiene ni un cinco y está tirada en la cama, y el hombre la golpeó a ella, a su hija, y a su tía -porque las tres viven juntas-. Bueno, en realidad, era una exageración, el hombre no había golpeado a las tres sino sólo a las dos. Y de eso Ingrid se dio cuenta cuando fue a verla, el mismo día que se enteró por la tarde. Agarró su camioneta de llantas gordas y no tardó demasiado en llegar a casa de Ayeutli.  Estaba la puerta abierta y entró.  Como siempre, cuando la vio Ayeutli le sonrió. Ingrid le dijo: te traje un plato de comida. La hija pequeña de Ayeutli inmediatamente empezó a picar la comida.  Todas sonrieron al verla. Entonces Ingrid le preguntó a Ayeutli: ¿que te golpeó tu marido? Ayeutli le contestó: sí, a mí y a mi hija y después le mostró los moretones. Ingrid le comentó: pero dile que eso es un delito, un hombre que golpea a una mujer comete un delito. A lo que Ayeutli replicó: pero él me dijo que cuando está borracho no sabe lo que hace y que lo disculpe. Entonces Ingrid increpó: y si no sabe lo que hace ¿por qué no golpea el poste de luz? Ayeutli sólo se apresuró a decirle: está ahí dormido y le señaló el cuarto contiguo. Entonces Ingrid le dijo: pues si ahí está, mejor, ojalá que me esté escuchando. Enseguida se despidieron.
Por eso ahora que Ayeutli la visitaba, quería ella saber qué había pasado con su marido. Ya estaban  almorzando cuando Ayeutli le empezó a contar, que su marido había llegado a su casa acompañado de un amigo, que aparentemente era una abogado, porque le dijo que no intentara  denunciar a su marido por los golpes, que era bien fácil sacarlo de la cárcel y que sólo iba a aumentar el odio al hacer la denuncia, que mejor lo disculpara, que al fin y al cabo hay otros hombres que golpean a sus mujeres y que ni siquiera se disculpan, que su marido por lo menos tenía la atención de ofrecerle sus disculpas y que estaba arrepentido  - Pero no era la primera vez que la golpeaba y esto era del conocimiento de sus vecinos(as) -.  Enseguida Ayeutli le comentó a Ingrid: yo no se porqué me tocan maridos que me golpean. Ingrid no se lo dijo, pero lo pensó: que no era que ella tuviera la mala suerte de que le tocaran maridos que la golpearan, sino que es un patrón de comportamiento masculino, que se da en todas las regiones de Guerrero y de México, pero que en los pueblos  indígenas o primigenios, este problema se encuentra más arraigado y las mujeres no sólo son golpeadas sino vendidas como si fueran animales u objetos. Como hace poco le habían comentado, que los hombres apenas adquieren algo de poder político y/o económico, su primer impulso es a comprar una camioneta y a una mujer, aunque tengan la propia en casa.  Siendo este fenómeno la manifestación del casi nulo poder de las mujeres en estos pueblos. Aunque si bien, la venta o robo de mujeres, puede ser una realidad velada en todas las regiones de Guerrero, por razones económicas o por razones culturales. Y ya ni hablar del tema de la renta de mujeres, que es una institución que forma parte de la vida cotidiana, en una sociedad patriarcal, de ideas falsas y contradictorias y de una doble moral.  En la cual, si las oportunidades de desarrollo para los hombres son escasas para las mujeres son aún más.
Ahora sí ya sin preguntarle nada, Ayeutli, guardó un momento de silencio para decirle que ella había vivido en San Luis Potosí con su primer marido, con el que se había casado por lo civil, y con el que había procreado dos hijos y dos hijas, pero que después de algún tiempo habían regresado a su pueblo. Y le recordó que ellos(as) son de un pueblo colindante con el estado de Oaxaca. Enseguida Ayeutli dejó caer las palabras de golpe cuando le confesó a Ingrid: mi primer marido mató a mi padre.  Ingrid al escucharla, puso una cara de sorpresa, que a ella misma le habría gustado verla, porque era consciente que no podía ocultar sus emociones ante las situaciones que la impactaban. Así que Ayeutli le siguió contando que cuando regresaron de San Luis Potosí, un señor le ofreció trabajo a su marido, él aceptó ese trabajo, y a partir de ahí ganaba más dinero pero también empezó a descomponerse y a tomar mucho. Por ese entonces, sorprendió a su marido cortejando a una hermana de ella que estudiaba la secundaria. Y como su hermana tenía que caminar una hora para ir por el agua todos los días a los aguajes, esta situación la aprovechó su marido para perseguirla con el propósito de llevársela, pero ella iba con tres amigas que la defendieron arrojándole a él piedras y logrando hacerlo huir. Después, cuando su hermana llegó con el agua a su casa, le contó este hecho a su papá, enseguida él fue a casa de Ayeutli a buscar a su marido, pero no lo encontró, entonces le dijo a ella lo que había pasado y que le dijera a su marido que quería hablar con él. Cuando llegó su marido, Ayeutli le dijo que su papá quería hablar con él, pero su marido en lugar de ir a hablar con su suegro, pasó a ver a un amigo para conseguir una pistola y se fue a tomar, ya borracho, fue a visitar a su suegro. Cuando estuvieron frente a frente, le dijo que en realidad era su hija de quince años, quien ya lo había aceptado y que habían acordado fugarse para el Norte. Y que por si no sabía, su hija ya traía novio, que era de un pueblo vecino y que se llamaba Héctor. El papá de Ayeutli furioso le dijo que se fuera de ahí y que dejara a sus hijas en paz, entonces agarró una silla de madera y se la dejó caer en la espalda a su yerno, pero sólo logró que éste aumentara su furia, quien sacó la pistola y le disparó dos tiros en el pecho. Cuando su yerno se le escapaba, aún el papá de Ayeutli corrió tras él para alcanzarlo pero sus fuerzas ya estaban agotadas y se desvaneció sobre el piso de tierra del patio de su casa. Toda la familia había observado estos acontecimientos, incluidos los hijos(as) de Ayeutli, su mamá y hasta algunos vecinos. Enseguida Ayeutli corrió a la casa del médico, iba tan fuera de sí que no supo en que momento perdió los zapatos en el camino, sólo para que al llegar al lugar de los hechos con el médico, éste le dijera que su papá ya no tenía remedio. Han pasado varios años a partir de este suceso, y Ayeutli ha recibido la oferta de su primer marido, que ahora se encuentra en Estados Unidos, de apoyarla económicamente para el mantenimiento de sus hijos(as) pero ella no ha querido aceptar este dinero. Además, la hija mayor de ella, no acepta el dinero tampoco por provenir de su padre que mató a su abuelo, a quien ella quería tanto. Ahora Ayeutli se pregunta si estaría bien dejar ir a sus otros hijos(as), a visitar a su padre, porque ellos(as) quieren verlo y aceptar la ayuda que les ofrece. Ella se pregunta también ¿cómo podemos pedir que se haga justicia si sólo mujeres quedamos frente al hogar o será que ya es demasiado tarde? Pero lo que le preocupa más en este momento es juntar el dinero para la renta del mes, porque el marido que tiene ahora no le da lo suficiente para mantener la hija de ambos, aunque no tiene empacho de golpearla cuando se emborracha, y ella a pesar de que pone todo su empeño en limpiar casas y lavar ropa ajena no alcanza a cubrir las necesidades básicas de su familia, y no obstante el hecho de recibir el apoyo de Procampo por las tierras que tiene en su pueblo. 
Este caso es otro más que evidencia que la violencia está presente en nuestra vida cotidiana, y que no es parte sólo de la esfera pública sino también de la esfera  privada. Aunque si bien la violencia en la vida privada a nadie le sorprende porque se considera “natural” y “normal” que el hombre le pegue a la esposa y los padres ejerzan violencia contra los hijos(as). Por otro lado, la violencia en la esfera pública, si bien en un principio nos sorprendía, se va tornando cada día más “normal” y ha llegado a constituir parte de las noticias con las que desayunamos todos los días.
En cuanto a la violencia en la vida privada, en nuestro contexto estatal vale la pena preguntarnos ¿existe más violencia contra las mujeres de los pueblos primigenios que contra las mujeres mestizas? Tal parece que sí, pero lo interesante es descubrir, el por qué, cuáles son las causas. Este planteamiento queda a juicio de la ciencia antropológica que seguramente tendrá una mejor respuesta que yo.
Asimismo, si ya sabemos que las mujeres de los pueblos primigenios son el sector más marginado en nuestro país y en nuestra entidad ¿dónde están los programas especiales, nuevos e innovadores para capacitarlas en distintos oficios y para instruirlas en las distintas áreas de las ciencias? En este sentido, sería deseable un programa de becas para cada mujer indígena, que las apoye en su formación escolar desde el kinder hasta la licenciatura, y las que quieran seguir estudiando, el apoyo podría continuar hasta la maestría y doctorado. Propuesta que va tanto para las instituciones gubernamentales, así como para las instituciones educativas ¿O habrá otra forma más eficiente para contribuir a la equidad de género, así como a la equidad social, o bien, hay otra forma de invertir mejor el dinero público? Las mujeres tenemos que transformarnos en nuestras propias abogadas en la defensa de nuestros propios derechos humanos.